Al tercer día de nuestra estancia en Tenerife el cielo se nubló y comenzó a llover como si no hubiera un mañana. Cuando era aún de noche el ruido de la lluvia me despertó demostrando que el parte meteorológico que habíamos visto era cierto: iba a llover y mucho durante todo el día. No íbamos a poder disfrutar de la playa, así que ya que el día no podíamos aprovecharlo para darnos unos baños en el mar cambiamos de planes y decidimos salir a conocer algo de la isla. Comprobamos que iba a llover en todas partes, metimos los chubasqueros en nuestra mochila, pedimos un paraguas en la recepción del hotel y salimos rumbo a Candelaria, población que se encuentra en el este de la isla y en la que está el santuario de la patrona de las Islas Canarias, para más tarde dirigir nuestro pasos hasta San Cristóbal de la Laguna.
Por el camino poco a poco fue dejando de llover aunque el cielo estaba totalmente cubierto y según avanzábamos hacia el norte empezamos a ver que en las carreteras había restos de piedras y balsas de agua. A la vez estaba en contacto con Carlos (Viajes de Ark) gracias al cual y a sus recomendaciones fuimos evitando las zonas más conflictivas.
Una vez en Candelaria llegamos a la Basílica de la Candelaria. Está en una plaza junto al mar, y cuenta con una azarosa historia desde que unos pastores encontraron su imagen en una peña junto al mar hasta 1959 cuando se trasladó de forma definitiva la imagen a su ubicación actual. En el interior nos gustaron mucho las pinturas que decoran la pared en la que se encuentra la imagen y los techos de madera.
Carlos nos dijo que al salir de Candelaria bajo ningún concepto fuéramos a Santa Cruz pues había verdadera inundaciones tal y como mostraban algunos vídeos que me mando por el móvil. Así que nos fuimos hacia San Cristóbal de la Laguna, ciudad Patrimonio de la Humanidad de la que pudimos disfrutar prácticamente solos pues apenas había gente por la calle. Y es que había que echarle ganas pues el día era realmente desapacible. El tiempo en La Laguna ese día era tan malo que no daban ganas ni de salir del coche.
Aún así durante un par de horas el tiempo de mostró medianamente amable con nosotros y apenas llovió mientras íbamos paseando por las bonitas calles peatonales de la ciudad a cuyos lados de levantan casas de estilo colonial, monasterios e iglesias.
Cuando Carlos llegó a San Cristóbal de la Laguna nos tomamos algo en un bar… y me quedé muy sorprendida cuando pidió algo de lo que no recuerdo el nombre y que terminó siendo un café con leche condensada ¡¡¡y al que además le puso azúcar!!! ¿Se puede ser más goloso?
Continuamos paseando los tres por la ciudad mientras cada vez el cielo se iba poniendo más negro y comenzaba a llover. Él nos fue contando curiosidades de la ciudad que fue capital de la isla y que hoy es sin duda de las más animadas gracias a su universidad. Entramos juntos al patio de una casa que parecía cerrada pero a la que su vigilante nos invitó a acceder y contemplar sus preciosos patios con balcones. No hay duda de que esta ciudad es uno de lugares que ver en Tenerife.
En vista de que no paraba de llover decidimos que era hora de abandonar San Cristóbal de la Laguna para regresar al hotel, mientras Carlos se marchaba a casa en el Puerto de la Cruz. Nos despedimos en la plaza del Adelantado y él nos ayudó a coger la ruta adecuada evitando puentes donde era posible que el agua hubiera producido alguna inundación y provocado por tanto que estuvieran cerrados al tráfico.
De vuelta a Adeje vimos de nuevo carreteras con balsas, piedras e incluso algún tramo de asfalto levantado. Y seguro que vimos poco, porque en la ciudad la lluvia debió provocar grandes daños tal y como pudimos ver más tarde en las noticias.
Fue un día que amaneció gris pero que a pesar de todo se convirtió en un buen día conociendo lugares y personas.