21 de marzo – Buscando elefantes en el Parque Nacional de Yala
Sin duda este fue el madrugón de nuestro viaje a Sri Lanka. Cuando sonó el despertador la sensación fue de que me acababa de acostar, un lavado rápido de cara, vestirse deprisa y a la calle. En la cocina nos entregaron la bolsa con el desayuno que habíamos pedido para llevar y salimos a la calle para subir al jeep que nos llevaría hasta el Parque Nacional de Yala, el más visitado del país y donde se suponía veríamos entre otro animales algunos elefantes en libertad, y con mucha suerte algún leopardo.
Eran la 4:45 de la mañana cuando salíamos hacia el Parque Nacional de Yala y la verdad es que hacía bastante fresco y además al ir en un coche abierto la sensación se multiplicaba y como pudimos nos cubrimos con un gran pañuelo que llevo siempre conmigo y sirve un poco para todo. Baches, curvas, acelerones… el viaje fue un poco infernal. De esas cosas que mientras haces te repites una y otra vez que es por una razón que hará que merezca la pena.
Cuando llegamos a la entrada del Parque Nacional de Yala ya había un buen número de jeep esperando para entrar y sacando sus entradas, y eso que apenas empezaba a clarear por el horizonte. Yo estaba helada y con cero ganas de moverme así que le di el dinero de la entrada al conductor que no tardó mucho en regresar para llevarnos a la entrada del parque siguiendo la procesión de jeep cargados de turistas ansiosos por localizar animales. Al principio todos íbamos juntos, pero poco a poco cada cual elige su camino por lo que como mucho estás con otro jeep en algunos momentos. Fue cuando empezamos a separarnos unos de otros cuando llegamos junto a un lago donde vimos con calma tras el movido viaje un precioso amanecer.
Vimos fue en la distancia un cocodrilo junto a un lago, totalmente inmóvil pero fácilmente reconocible sobre todo con los prismáticos. Tardamos poco en ver también búfalos retozando en el agua aprovechando el fresco de las primeras horas de la mañana. Escuchamos pavos reales y después los vimos también aunque ninguno se animó a abrir su plumaje para nosotros. Lagartos, venados, garzas, más búfalos… las horas pasaban y eso era todo lo que se cruzaba en nuestro camino. Nada de los ansiados elefantes, sin duda el motivo de nuestra excursión al Parque Nacional de Yala.
Estábamos algo decepcionados pues parece que todo el mundo ve elefantes en este parque… y justo para nosotros no aparecía uno solo. Íbamos y veníamos, pero nada. Yo cada vez estaba más aburrida y decepcionada. Entiendo que es complicado ver elefantes en libertad, pero también fue mala suerte la nuestra. Y por supuesto, ni hablar de los leopardos, aunque yo ya llevaba esa parte asumida y sobre todo me importaba menos porque un par de años antes habíamos visto más cerca de lo esperado un precioso ejemplar en Wayanad (Kerala, India).
Total, que casi cinco horas después dejamos el Parque Nacional de Yala atrás junto a montones de jeep cuyos conductores comentaban lo mismo que nosotros: que ese día los elefantes habían estado esquivos. No quedaba más que regresar al hotel mientras abrimos nuestro picnic y comíamos la fruta y el resto de viandas que habían preparado para nosotros. El camino fue igual de movido que la ida, pero al menos esa vez no pasamos frío, que ya era algo. A mediodía estaba de nuevo en la puerta del hotel el amable conductor que conocimos el día anterior en Ella, con él íbamos a llegar a Galle, la ciudad colonial cingalesa del sur de la isla. Hablamos con él para dejar claro los lugares donde queríamos parar… no fuera que nos pasara como el día anterior.
Con todo claro emprendimos viaje hacia el sur y en breve notamos un cambio en el paisaje que aunque verde dejó durante bastantes kilómetros de ser tan frondoso. Nuestro conductor nos contó mientras entrábamos en una autopista de verdad (y es excelente estado) que hasta allí llegaba el parque Nacional de Yala, ese que por la mañana habíamos visitado sin que la suerte nos acompañara en la búsqueda de elefantes, y que al estar en esa zona tan despejado de vegetación muchas veces se veían elefantes… pero tampoco hubo suerte. Así que seguimos circulando rumbo al sur, al mar y poco a poco volvieron a aparecer los cocoteros en el horizonte.
Llegamos a nuestra primera parada, la playa de Tangalle donde parar no era tarea sencilla. Aún así el conductor se aparto en un margen de la carretera y pudimos bajar a contemplar la primera playa de Sri Lanka que veíamos en el viaje. No nos pareció gran cosa y nos sorprendió lo estrecha que era la playa. El agua lucía de un azul intenso y siendo un lugar tan bonito no vimos a una sola persona disfrutando del lugar al modo tradicional que nosotros imaginamos: toalla, bronceador y sombrilla.
Continuamos viaje hacia el templo de Wewurukannala. Al llegar dejamos los zapatos en el coche y descalzos subimos las escaleras que nos llevaron antes la daboga, un gran Buda y otras construcciones que forman parte de este lugar. Entramos lo primero en el edificio principal lleno de Budas y de escenas que describían, cómo no, la vida de Buda y los mundos infernal y celestial a través de imágenes de vivos colores que parecían sacadas de un parque de atracciones… que los budistas me perdonen por esto que acabo de decir, pero en serio: tela las esculturas.En la sala principal del templo vimos más Budas y lo mejor de todo, un grupo de pequeños escolares encantados de vernos por allí curioseando y deseando saludarnos y posar para la cámara.
Antes de entrar habíamos comprado unas flores y aprovechamos para dejarlas ante una de las imágenes de templo mientras Arturo hacía una de las cosas que más le gustaban en cada templo por el que pasábamos: volver a encender todos los inciensos que se habían apagado antes de consumirse del todo.
Abandonamos el lugar y nos acercamos a otro donde había un montón de gente esperando para entrar y por lo que vimos y nos dijeron era otra de esas galerías donde se muestran los horrores del infierno. Nos lo saltamos y nos fuimos hacia el Buda. Se puede entrar por su base a unas salas llenas de pinturas… ¿adivináis de que? Pues si, otra vez la vida del Maestro, esta vez numerada durante varias plantas a las que se va subiendo por una escaleras interiores hasta llegar a la cabeza. Allí se puede salir a una terraza y también mirar a una especie de cueva cubierta por cristal llena de Budas. Y ya que estás allí, pues un señor te pide un donativo…
Poco más quedaba por hacer, así que vuelta al coche y rumbo al Océano, en breve estaríamos junto a esas playas que unos años antes habían quedado arrasadas por el terrible tsunami de 2004. Primero paramos en un lugar al borde del Océano, el faro de Dondra. Desde allí pudimos disfrutar de una bonita panorámica de las costa cingalesa. Sus palmeras destacaban entre el azul del mar y el cielo, estábamos sin duda ante una de esas imágenes de playas paradisiacas.
Rodeamos el faro y los vigilantes nos invitaron a subir, invitación que ya sabíamos vendría seguida de la petición de dinero, así que denegamos amablemente el ofrecimiento sobre todo porque aún nos quedaban bastantes kilómetros hasta Galle y no queríamos que el conductor tuviera que regresar haciendo todo el viaje de noche.
De nuevo en el coche le comenté al conductor que me gustaría ver los pescadores zancudos, una de esa imágenes típicas de Sri Lanka, y que había leído que podíamos verlos cerca de Weligama. Él comentó que era posible, pero que conocía algún otro lugar donde cabía la posibilidad que de hubiera algún grupo de esos pescadores. Así que con la esperanza de encontrarlos, emprendimos rumbo a Galle.
A los pocos minutos, paramos antes un templo y nuestro hombre al volante nos dijo que allí podíamos ver algún elefante, que evidentemente no era lo mismos que haberlos visto en Yala, pero que al menos nos se nos quedaría el mar sabor de boca de acabar el viaje por Sri Lanka sin ver más elefantes. Bajamos y efectivamente vimos a dos elefantes que estaban en la hora del baño y que hacían las delicias de niños y grandes. Me dio un poco de pena verles atados con cadenas, pero ya que no eran animales libres, al menos allí les cuidaban y no les utilizaban para cargar con turistas.
La verdad es que no recuerdo donde estaba este lugar, pero si que paramos en un lugar que era a la vez parada de bus y que no hacía más que llegar gente y protestar por donde estaba el coche… así que visto los elefantes de nuevo nos pusimos en marcha.
No pasó mucho tiempo antes de volver a parar, esta vez para conocer una de las playas más animadas y famosas del sur de esta isla. Se trataba de Mirissa y por primera vez en el viaje encontramos un montón de turistas juntos, relajados y disfrutando de no hacer nada. Sin duda una buena opción cuando uno llega a un lugar como la playa de Mirissa. Nosotros nos limitamos a pasear unos metros, ver que habíamos bastantes opciones de alojamiento y restaurantes, hacer unas fotos… y vuelta al coche.
Cada vez estábamos más cerca de Galle y lo único que había conseguido ver de los pescadores zancudos era algún grupo de sus palos. Pensaba que me iba a pasar lo mismo que con los elefantes en Yala, que me iba a quedar con las ganas… Cuando de repente, allí estaban. Puede que fueran pescadores de verdad o solamente esos hombres que dicen las malas lenguas que alquilan los palos y el dinero que ganan es el que los turistas dan por hacer fotos. Yo me acerqué a ellos y si que me pidieron dinero, pero les di tan poco que no creo que les sirviera de mucha ayuda en su economía del día. En cualquier caso, y fueran auténticos pescadores zancudos o no, yo me fui tan contenta con mis fotos.
Misión cumplida, ya no iba a tener que decir en ningún otro momento al conductor que volviera a parar, así que directos a Galle. Llegamos a la bonita ciudad colonial de Galle a última hora de la tarde y abandonamos a nuestro amable conductor de los últimos dos días en la puerta del hotel, el Mango House. Nada más entrar ya me gustó, desde el intenso color rosa de algunos objetos decorativos hasta la música que sonaba de fondo. Fue de esos lugares con los que uno siente un pequeño flechazo… que este caso se vino abajo debido a lo pequeño de la habitación. La verdad es que era minúscula, pero realmente se podía perdonar pues precisamente Galle tiene tantas cosas que ofrecer que lo que menos íbamos a hacer era estar en la habitación.
Después del check-in y de tomar un delicioso té helado que nos ofrecieron decidimos irnos a la zona de la muralla para ver la puesta de sol (había leído en algún sitio que era digna de ver). La verdad es que la ciudad colonial de Galle son apenas un puñado de calles por lo que uno enseguida llega a cualquier lugar, de modo que antes de darnos cuenta estábamos sobre los muros de la vieja muralla paseando junto a cingaleses y turistas pues toda la ciudad parece acudir allí a esa hora, y es normal porque es el lugar más fresco y agradable que uno puede encontrar.
Nosotros caminamos mientras el sol poco a poco iba bajando, pero algo ocurrió. Suponemos que se trataría de bruma, porque a cierta altura sobre el agua, el astro solar desapareció y nos privó a todos los presentes de esa anunciada como preciosa puesta de sol. No le vimos desaparecer en el horizonte mientras se reflejaba en las aguas del océano… así que nos fuimos a cenar con la esperanza de tener más suerte el día siguiente.
Fuimos caminando por la calles a las que se abrían tiendas y restaurantes ubicados en casas coloniales en busca de uno del que tenía buenas referencias: Crepe-ology. Lo encontramos en pocos minutos y decidimos cenar unos ricos crepes acompañados de deliciosos zumos en su agradable (aunque calurosa) terraza.
Y es que en el mes de marzo de Galle hace mucho calor, mucha humedad…. y lo que más apetece es estar metido en un lugar con aire acondicionado o en el que al menos se note la ligera brisa marina. Así que nada más cenar dimos una pequeña vuelta y nos marchamos al hotel en cuya cama caímos rotos… y es que llevábamos despiertos desde hacia muuuuuuchas horas.