9 de Junio – Arequipa
Nos vamos, llegó el día y nuestro avión tiene hora prevista de salida desde Madrid Barajas a las 00:35 a.m. Llegamos al aeropuerto con el tiempo suficiente para facturar el equipaje pero poco más, y a la hora indicada estamos listos para subir al avión de la compañía LAN que nos llevará a Perú cruzando el Océano Atlántico.
Ya a bordo colocamos nuestras cosas y nos hacemos dueños de la mantita y la almohada que nos harán más cómodo el largo viaje. Pero algo pasa y el avión no sale, no se mueve…. Arturo está tranquilo pero yo pienso que en Lima tenemos solo una par de horas de tránsito para subir al avión que nos llevará al destino final de este tramo de viaje: Arequipa. Además no hemos podido facturar directamente a ese destino por lo que en Lima tenemos que pasar control de pasaportes, esperar nuestras maletas y volver a facturarlas. Y yo veo que pasan los minutos y seguimos en tierra.
Finalmente y con cuarenta minutos de retraso, el avión despega. Y empiezo a darme cuenta que nada es tan bueno como yo pensaba en la compañía LAN. Para empezar los monitores de TV individuales no funcionan en ningún asiento de la fila. Nos esperan doce horas de vuelo donde el tiempo que no podamos dormir lo tendremos que pasar mirando el asiento delantero. Luego la cena tampoco es nada especial, yo diría que incluso peor que en otras compañías, pero como tengo hambre me como todo lo que me ofrecen. Aunque consigo dormir unas horas, el viaje se me hace realmente pesado y aburrido, no veo el momento de aterrizar, pero claro, ese momento llega (afortunadamente, jejejeje).
Ya en tierra nos da tiempo a pasar control de pasaportes y el resto de trámites para continuar vuelo. Nos llamó mucho la atención que en la cinta de recogida de equipajes había policias con un par de perros olisqueando cada maleta. Supongo que la droga no solo sale del país, probablemente también entra por alguna vía.
El vuelo a Arequipa también sale retrasado, pero las vistas una vez que estamos volando compensan cualquier retraso. El país desde las alturas es impresionante: desierto, cañones y el mar al fondo es lo que puedo ver desde la ventanilla del avión.
Por fin y después de 17 horas desde que salimos de Madrid, estamos en al ciudad blanca, Arequipa. Lo primero que vemos al bajar del avión es el volcán Misti que se convierte en mi primera decepción en tierras peruanas: no tiene nieve.
El hotel en el que nos vamos alojar es de la cadena peruana Tierra Viva y nos incluye el traslado a la ciudad, así que nada más salir del aeropuerto con nuestro equipaje y soles en el bolsillo (los cambiamos a 3.65 soles por euro) nos encontramos a un señor que nos espera. Subimos todo al coche y emprendemos camino al centro cuando nos damos cuanta que nos hemos dejado las gafas de sol de Arturo olvidadas en el avión. Yo le digo que volvamos a preguntar, pero él no quiere, así que seguimos rumbo a nuestro hotel atravesando una ciudad que de blanca, de momento, tiene poco. Se trata de la segunda ciudad del país después de Lima y es realmente grande. Además hay que tener en cuenta que en esta zona no se construyen edificios de muchas alturas por ser zona de seismos, por lo que las ciudades siempre crecen a lo ancho.
Durante el trayecto hacia el centro de Arequipa voy descubriendo una ciudad que no me gusta nada pero sobre la que el cielo es increiblemente azul. Cuando nos acercamos al centro todo va cambiando de aspecto: aparecen las primeras casas coloniales, iglesias y empezamos a vislumbrar en las fachadas la piedra blanca que da el sombrenombre a esta ciudad.
Muy cerca de la Plaza de Armas y en plena zona colonial está nuestro hotel. Es pequeño pero resulta acogedor y nuestra habitación tiene la cama más grande en la que he dormido jamás. Además resulta ser muy cómoda y entre la cantidad de almohadas que hay sobre ella es imposible no encontrar una que te guste. En recepción nos invitan a tomar un mate de coca que sin duda nos vendrá muy bien para combatir el soroche…
Una vez instalados en nuestro hotel de Arequipa salimos para dirigirnos a la oficina de LAN que está a solo dos manzanas del hotel para comentar el tema de las gafas. Se muestran muy amables, pero aunque llaman al aeropuerto y parecen interesarse ya os adelanto que volvimos a España sin esas gafas de sol. En vista de que la cosa no pintaba bien, nos fuimos a la calle comercial por excelencia en Arequipa: la calle Mercaderes. Allí había varias ópticas y compramos unas gafas nuevas para Arturo.
En ese momento yo noté un ligero mareo, puede que fuese el mal de altura, pero no le dimos importancia y emprendimos la visita a la ciudad.
El primer lugar por el que pasamos fue la impresionante Plaza de Armas. En uno de sus laterales se encuentra la Catedral, que es la única en Perú que ocupa un lado entero de una plaza. La verdad es que es tan grande que resulta imposible sacar una foto completa de la fachada. Los otros laterales están ocupados por preciosos edificios de dos plantas con arcadas que acogen restaurantes y tiendas.
Abandonamos la Plaza de Armas de Arequipa para visitar algunas casas coloniales: la de Tristán del Pozo (hoy convertida en un banco); la casona Iriberry (sede de la Universidad Nacional de San Agustín); y la casa del Moral, convertida en museo y cuyo interior está bien restaurado y muestra como debían ser las estancias cuando la casa fue construida a principios del s.XVlll.
Tras pagar la correspondiente entrada para esta última casa visitamos sus patios, sus habitaciones e incluso subimos al tejado (con mucho esfuerzo, subir dos escalones en esa zona del mundo es trabajo extra para el corazón) desde el que pudimos ver de nuevo el volcán Misti.
Más tarde alguien nos contó que el volcán solamente tiene nieve durante el verano andino que es cuando llueve y el frío de las alturas solidifica el agua.
Al salir de estas casas seguimos paseando sin un rumbo fijo por la calles coloniales de la ciudad, entrando en cualquier patio que vimos abierto y curioseando rincón tras rincón. En ese momento no teníamos hambre y empezábamos a estar cansados, pero no queríamos volver al hotel para evitar tumbarnos en la cama y despertanos a las tres de la mañana.
Vimos la hora y calculamos que nos daba tiempo para hacer una visita a Juanita, la niña del hielo. Para ello teníamos que ir al Museo de los Santuarios Andinos, muy cerca (cómo no) de la Plaza de Armas. En este caso tuvimos que pagar la entrada y esperar unos minutos a la siguiente hora de visita ya que es obligatorio hacerla guiada. Primero vimos un dvd en una sala el cual nos puso en antecedentes de lo que íbamos a ver dentro, y luego vino el chico que haría de guía durante la visita. Dentro del museo hacía un frío increíble y todo es muy oscuro, al parecer para de ese modo conservar mejor todos los objetos expuestos. La última sala es la que acoge en una urna a la niña del Ampato, nombre del volcán donde se encontró la momia conocida como Juanita. Lo cierto es que no resulta desagradable y ni da “repelús”, pero la visita me resultó un poco aburrida por culpa del guía que lo contaba todo de carrerilla. Después de conocer el lugar y satisfecha la curiosidad por Juanita, la verdad es que pasaría a no recomendar a nadie que entre al museo a no ser que tenga tiempo de sobra para hacerlo. A última hora de la tarde regresamos a la Plaza de Armas para subir a la primera planta del edificio que está justo frente a la catedral y poder disfrutar de la que dicen es una de las mejores vistas de la ciudad: la enorme catedral con el Misti al fondo.
Al caer la tarde notamos como las temperaturas empezaban a bajar y mucho, así que volvimos al hotel para abrigarnos y salir a cenar. Anochece muy pronto, a las seis de la tarde, y a partir de ese momento ya no hay mucho que hacer en la ciudad. O te vas a tomar una cerveza o a comer algo. Nosotros estábamos cansados y ya teníamos ganas de comer algo para meternos pronto en la cama.
Por referencias que tenía decidimos buscar un restaurantes/picantería llamado Ary Quepay. Y vaya fracaso. Lo primero es el frío que hacía dentro, tanto que no daban ganas ni de quitarse el abrigo, más bien de ponerse unos guantes, pero ya que estábamos allí… Pedimos unas cervezas, y para empezar a probar cosas nuevas de la cocina peruana yo pedí cuy y Arturo alpaca. Y la verdad es que cuando empezamos a comer estaba bueno, pero hacía tanto frío que al momento estaba tan frío que casi ni tenía sabor, y al comentárselo al único camarero (que parecía el dueño) del local no nos hizo caso, puso cara de “que le vamos a hacer…” En otras circunstancias yo hubiera pedido directamente que me lo calentaran o que me trajeran otro plato, pero estaba tan cansada que lo únido que quería era terminar mi plato y marcharme a dormir.
Volvimos al hotel tiritando de frío, y eso que nos habíamos abrigado bastante, pero entre la bajada de la temperatura y que la cena no nos había hecho entrar en calor, en ese momento lo que el cuerpo pedía a gritos era meterse en la cama bien arropado y descansar un montón de horas.
Y así fue, a las nueve estábamos en la cama como dos niños buenos y dormimos de tirón hasta las seis de la mañana del día siguiente. La cama era más que cómoda y conseguimos levantarnos como nuevos.
10 de Junio
Nuevo día en Arequipa. Después de un buen desayuno en el hotel ya teníamos fuerzas para enfrentarnos a un día de visitar por la ciudad.
En la calle lucía el sol y ya solamente era necesaria una chaqueta ligera para nos pasar fría. Así que con la guía en una mano, el plano de la ciudad en la otra y la cámara de fotos al cuello salimos a conocer nuevos lugares.
Lo primero que hicimos fue volver a pasar por la Plaza de Armas y hacer algunas fotos. A esas horas aún no había mucha gente por allí, y aprovechamos para pasear e intentar que las palomas se asustaran a nuestro paso, pero pudimos comprobar que están más que acostumbradas a la gente, no se movían ni un poquito.
En una esquina de la plaza se encuentra una de las más importante y espectaculares iglesias de la ciudad, la de la Compañía. Su fachada sumamente ornamentada y sus claustros merecen sin duda una visita. Para acceder a estos últimos tan solo hay que caminar unos metros hacia la izquierda de la fachada y entrar por una puerta. En el interior ahora hay restaurantes, salas de arte y tiendas, y una vez más merece la pena subir unos cuantos escalones para disfrutar de la vista especial que hay desde el techo del primer claustro.
Al salir de los claustros volvimos a pasar por la Plaza de Armas para dirigirnos al lugar que más me gustó en Arequipa: el Monasterio de Sta. Catalina. Compramos la entrada (que pagamos con Visa sin problema) en una tienda justo enfrente del acceso al convento y nos dirigimos a la puerta para empezar la visita. La verdad es que pensamos que era un poco caro pagar 35 soles por persona, pero más tarde vimos que merecía la pena sin lugar a dudas.
El exterior del lugar es una larga y elevada pared que no deja imaginar lo que encierra dentro. Habíamos leído que era una ciudad dentro dentro de la ciudad de Arequipa, y realmente es así: pasillos, claustros, plazas, celdas, cocinas, cementerio… La visita avanza y pasas por rincones de colores donde siempre hay alguna planta o una puerta que invita a entrar. Durante la visita estás aislado del exterior, no se escucha nada a no ser que subas las escaleras que llevan a los tejados de alguno de los edificios del complejo.
Cuando salimos del convento teníamos hambre y estábamos cansados, así que decidimo sentarnos en la terraza de un restaurante cercano, Crepisimo. Está ubicado en un edificio colonial, y nos comimos un menú estupendo con ensalada, un crep de quinua, helado y chicha morada. Rica comida y agradable lugar.
Al terminar de comer subimos hasta la Avenida Puente Grau para llegar hasta el Monasterio de la Recoleta. Habíamos leído que se encontraba en un barrio peligroso, pero después de la visita suponemos que puede ser así por la noche, por el día es un lugar tranquilo por el que pasean colegiales a la salida de clase..
Para llegar tuvimos que cruzar sobre el río Chili y pudimos contemplar de nuevo el Misti desde otra perspectiva. Nada más cruzar el puente sobre el río hay un nuevo cruce (que nos costó algo atravesar pues había mucho tráfico) desde el cual se accede a la calle que lleva al Monasterio.
Cierran al mediodía y vuelven a abrir a las tres, nosotros llegamos un poco pronto y nos tocó esperar en la puerta ya que hay poco o nada que hacer en la inmediaciones del lugar. Fuimos los primeros en entrar y tras comprar las entradas nos explicaron un poco el orden a seguir en la visita: patios, salas del museo, reconstrucción de celdas y por supuesto, la joya del lugar: la biblioteca. El un lugar sumamente tranquilo y que mereció la pena visitar, aunque algunas de las salas del museo, como la de los animales amazónicos disecados daban un poquito de grima.
Al terminar la visita al Monasterio ya eran casi las cinco de la tarde, y no quedaba más remedio que regresar al hotel para abrigarnos, en cuanto cae la noche en el altiplano peruano la temperatura desciende de manera notable, así que emprendimos regreso al centro.
En el hotel dejamos preparada la maleta para el día siguiente, tocaba salir hacia el Cañon del Colca, y salimos a cenar. Antes quedaba ver el interior de la Catedral, por la tarde se puede visitar sin pagar entrada. El interior es realmente amplio y estaba muy iluminado, nos gustaron sobre todos las esculturas de los doce apóstoles ubicadas en el mismo número de columnas a lo largo de la nave central. Al salir la verdad es que era pronto y aún no teníamos hambre así que paseamos por la ciudad sin rumbo fijo buscando un lugar que nos inspirara para la cena.
Para hacer tiempo subimos a una terraza en la plaza de armas, la más alta y nos tomamos unas cervezas con las mejores vistas posibles para despedirnos de la ciudad blanca de Arequipa… y terminamos cenando en una pizzeria muy cerca de la puerta lateral de la Catedral.
Y con esa cena pusimos fin a dos días en la segunda ciudad de Perú, modernidad y tradición se funden en ella.
1 comentarios
Estupendo! Bonitas fotografías. Soy de Arequipa y también me gustó la visita que hice al Monasterio de Santa Catalina.