5 de Octubre – Nikkó
Hoy es el primer día que vamos a usar la JR pass, nos vamos a Nikkó. De nuevo amanece lloviendo, pero nos hemos comprado un paraguas transparente de los que venden en cualquier tienda o estación de metro. Así, aunque tengamos que ir tapados siempre podemos mirar hacia arriba y ver el cielo.
El trayecto desde Tokio a Nikkó son poco más de dos horas, pero con un mínimo de dos cambios de tren y una parte del trayecto de espaldas al sentido de la marcha. A pesar de los cambios, las conexiones entre un tren y otro están ajustadas y las esperas no se hacen largas.
Una vez en Nikkó la lluvia continúa, por lo que decidimos tomar algo calentito antes de comenzar las visitas. Justo enfrente de la estación hay una cafetería y ni cortos ni perezosos allá vamos. Un café y un té: 1000 yenes. Cosas que pasan una vez, claro, porque ya aprendimos que para tomar café a un precio adecuado hay que ir a cualquiera de las muchas cadenas tipo Starbucks que hay en Japón, y que si entras en una cafetería tradicional, el precio siempre será elevado.
Hay que ponerse en marcha, y nos vamos al bus que nos dejará en la zona de los templos. Se tarda unos díez minutos en llegar, si no hubiera llovido casi seguro hubiéramos subido andando (y sin tomar ningún café, jejejeje). El templo que tenemos más cerca es el Rinno-ji, pero en el momento de nuestra visita está en obras y el edificio principal está totalmente cubierto por una estructura que no deja ver nada del interior. Si podemos entrar a la sala principal, pero sin hacer ruido ni fotos, ya que están preparando una ceremonia.
Salimos del templo y subimos un poco más para llegar al principal santuario de Nikko, el Töshö-gü. Es un gran espacio en el podemos pasear entre lámparas de piedra más altas que nosotros, subir escaleras que llevan a puertas mágnificas o contemplar edificios con una decoración recargada que parece más china que japonesa, pero que sin duda es parte del encanto y la belleza del lugar. Este santuario es además el lugar donde está enterrado Ieyasu, el señor de la guerra, que se hizo con el control de Japón y creo el sogunato que gobernaría el país durante más de 200 años. Eso si, para llegar a la tumba hay que estar en forma, pues la escalera que lleva hasta ella no es ninguna broma.
Al salir de este santario continuamos por los caminos que cruzan el bosque de altísimos árboles bajo los cuales crece una alfombra de musgo. Una verdades preciosidad.
Nuestro destino en este caso es otro de los más impresionantes santuarios de Nikkó, el Taiyüin-Byö, pero antes nos encontramos con el santuario protector de la propia ciudad de Nikkó, el Futarasan-jinja, que es el más antiguo de la ciudad y entramos a dar una vuelta.
Llegamos al santuario donde está enterrado el nieto de Ieyasu, el Taiyüin-byö, y enseguida comenzó a llover de nuevo. También hay que pagar entrada para visitarlo, y su estructura es muy similar a la del Töshö-gü, pero todo más pequeño, más íntimo. A su favor que en este casi no hay visitantes, no sabemos si por la lluvia o porque a los grupos tan solo les llevan a ver el santuario principal. A mi en concreto este me pareció merecedor de la visita y del pago de la entrada, sobre todo por la tranquilidad con la que pudimos visitarlo a pesar de la lluvia.
Al salir del santuario comenzamos a bajar hacia la carretera principal para dirigirnos a uno de los lugares de Nikkó que más nos llamaban la atención y que además significaba un descanso de tantos templos. Tras unos 20 minutos andando llegamos a la Villa Imperial Tamozawa, la mayor construida de madera (106 habitaciones) y en la que pasó la Segunda Guerra Mundial el emperador Hirohito. Está rodeada de jardines cuya visita está incluida en el precio (nosotros no entramos porque seguía lloviendo), y la casa es un gran espacio donde se pasa de estancia en estancia, algunas de las cuales se abren a jardines interiores y otras dan a largos pasillos. Algunas zonas de la villa tienen dos plantas y se puede subir a la zona superior, y también hay muchos paneles japoneses que demuestran como puede cambiar el tamaño de cada habitación, algunos de ellos con preciosas pinturas. Hay un par de habitaciones con el mobiliario que se utilizó en el siglo XX y tienen a la entrada una consigna para zapatos (la visita se hace descalzos) y mochilas.
Para ir a la estación regresamos caminando por una calle paralela a la carretera principal donde había bastantes casas tradicionales algunas de ellas convertidas en tiendas. Un poco más adelante estaba el Shin-kyö, el puente rojo sagrado que es otro de los lugares emblemáticos de Nikkó.
Ya poco quedaba que hacer en esta ciudad, más que regresar a la estación a tiempo para volver a Tokio. Pensamos que puesto que el camino era cuesta abajo, pues podíamos llegar paseando… y así lo hicimos, pero al final nos tocó acelerar bastante el paso pues la distancia era mucho mayor de lo que nosotros pensamos y no pudimos parar en ninguno de los lugares que íbamos viendo por el camino o de otro modo perderíamos el tren y la siguiente combinación tenía un horario demasiado tardío. Eso si, nos fuimos los únicos que llagamos casi corriendo al tren. Si es que todos queremos aprovechar el día y al final se nos viene la hora encima.