Entre las antiguas abadías cistercienses que ver en Valonia está la Abadía de Orval. Una de las más conocidas de Bélgica. Un lugar ligado a una leyenda, en el que la arquitectura gótica del antiguo monasterio en ruinas atrae cada año a miles de visitantes. Si os gustan este tipo de construcciones, os recomiendo visitar también en Bélgica las abadías de Aulne y de Villers-la-Ville
Índice del artículo
Dónde está la Abadía de Orval
La Abadía de Orval está en rodeada por los bosques de las Ardenas, a tan solo 500 metros de la frontera francesa, en la provincia belga de Luxemburgo. La ciudad más cercana es Florenville, a casi 9 kilómetros de la abadía. Si no se cuenta con transporte privado, se puede hacer el trayecto en los autobuses que salen de Florenville y tienen parada en un cruce de carreteras a escasos metros de la abadía.
Si se llega en coche, se puede estacionar de forma gratuita en el parking a lo largo de la carretera que conduce a la abadía. Cuenta con 150 plazas para coches.
Historia de la Abadía de Orval
La historia de esta sugerente abadía que ver en Bélgica se remonta al año 1070. Fue entonces cuanto el conde de Chiny entregó unas tierras de su propiedad a unos monjes llegados del sur de Italia. No tardaron en comenzar las obras de la iglesia y el monasterio. Pero curiosamente y por razones que no se conocen, esos monjes abandonaron las tierras del conde tan solo 40 años después de su llegada.
Puesto que las obras estaban en marcha, un hijo del anterior conde invito a otra comunidad religiosa a ocupar la abadía. Terminaron la iglesia en 1124, pero los canónigos empezaron a tener problemas económicos y decidieron pedir ayuda a la Orden del Císter. Pocos años más tarde, llegaron a la abadía siete monjes cistercienses para unirse a los canónigos que había en ella.
Fue así como la Abadía de Orval pasó a ser un monasterio regido por las normas cistercienses y las construcciones se adaptaron a los usos de la nueva comunidad que vivió en calma hasta que comenzaron a llegar los problemas. A mediados del siglo XIII, la abadía fue arrasada por un incendio, obligando a reconstruir varios edificios.
A lo largo de los siglos, la abadía fue pasto de las llamas, de la pobreza, del saqueo y el abandono. Incluso con todos esos problemas, en el primer cuarto del siglo XVIII, la comunidad contaba con 130 miembros, siendo la más numerosa de los Países Bajos.
Llegó la Revolución Francesa y con ella la destrucción completa de la abadía, haciendo que en 1796 sus miembros fueran enviados a otros monasterios cistercienses y la abadía abandonada a manos de vándalos y ladrones.
Pero en el caso de la Abadía de Orval no ocurrió como en otras abadías cistercienses que quedaron olvidadas para siempre por los monjes. Aquí, gracias al apoyo de la familia Harenne, en 1926 se animó a los monjes a regresar y comenzar la reconstrucción del monasterio. Los edificios olvidados siguieron en ruinas y se levantaron nuevos construcciones para acoger a la nueva comunidad de Orval. Las obras terminaron en 1948, y desde entonces, la Abadía de Orval sigue habitada por los monjes que en ella “oran y laboran”.
Visitar la Abadía de Orval
Visitar esta abadía es posible durante todo el año. Si os gustan este estilo de visitas, apuntar Villers-le-Ville, otra abadía cisterciense cuyos muros estuvieron durante mucho tiempo olvidados y cubiertos por la maleza.
Horarios
- Noviembre a febrero de 10:30 a 17:30 horas.
- Junio a septiembre de 9:30 a 18:30 horas.
- Marzo, abril, mayo y octubre de 9:30 a 18:00 horas.
Precios 2024
- Adultos 7 €
- Personas mayores y estudiantes 5 €
- Niños de 7 a 14 años 3 €
El precio de la entrada incluye una visita guiada de 40 minutos en determinadas fechas del año. Se realiza en inglés y holandés. Sumarse a una visita guiada es la única forma de acceder a la Plaza de Honor, corazón de la nueva abadía construida en el siglo XX.
Qué ver en la Abadía de Orval
El acceso a la abadía se realiza por la puerta que da al Patio de Limosnas. Una puerta a la izquierda conduce a las taquillas y a la tienda de la abadía. Una vez adquirida la entrada hay que pasar unos tornos. Pocos metros más adelante empiezan a aparecen ante nosotros los lugares que podemos ver en la Abadía de Orval.
Jardines y exposiciones
La primera parada hay que hacerla en una torrecilla que aparece a la derecha. Subir a ella y mirar por su ventanas ofrece un amplia panorámica del recinto de la nueva abadía.
A continuación se llega a la Hospedería Antigua. Un edificio del siglo XIII por el que, a lo largo de los siglos, pasaron reyes y personajes de alta alcurnia. Actualmente aquí hay un exposición que ayuda a comprender la forma de vida de los monjes cistercienses. A nosotros nos gustó sobre todo el montaje visual que muestra durante varios minutos la historia y la evolución de la abadía. Fácil de ver y sobre todo de entender que pasó en Orval a lo largo de los siglos.
Al salir de la hospedería se encuentran a la derecha el jardín de plantas medicinales y el Museo de la Farmacia (cuando nosotros visitamos la Abadía de Orval estaba cerrado). A la izquierda, el espacio que ocupaba un pequeño huerto que abastecía la cocina de los huéspedes. En ese espacio hay ahora un par de estilizadas esculturas religiosas, obra de Camille Colruyt.
Caminando por el sendero que lleva hacia la izquierda se llega al Taller de Abraham Gilson. Durante mucho tiempo este edificio del siglo XVII se ha utilizado para guardar los utensilios del huerto colindante. Pero desde hace unos años sus estancias se han remodelado para instalar un exposición sobre la elaboración de la Cerveza Orval. Audiovisuales y objetos relacionados con la historia de esta cerveza se pueden ver a lo largo de las salas.
Justo al lado del anterior edificio está la Fuente de Mathilde. El lugar en el que nace la leyenda de Orval y que os contaré más adelante.
Ruinas medievales de Orval
Y es a la derecha de esa fuente donde se encuentran las sugerentes ruinas de la antigua Abadía de Orval. La Iglesia de Nuestra Señora, un edificio reconstruido innumerables veces a lo largo de los siglos ya que cada nuevo desastre que asolaba la abadía la alcanzaba también.
Poco queda en pie, pero entre las ruinas aún se conservan arcos apuntados, antiguos capiteles románicos y hasta un magnífico rosetón en la nave transversal.
Desde la iglesia se accede al claustro. A su alrededor, vestigios de aquellas estancias que lo rodeaban. La sala capitular, la sacristía, la cocina o el refectorio. Estancias habituales en tantos conventos y que aquí se utilizaron durante siglos antes de desaparecer para siempre.
La nueva Abadía de Orval
Al dejar atrás la ruinas de Orval, hay que dirigirse a las cuevas que datan del siglo XVIII. Sobre ellas se levantaron en el siglo XX los edificios del nuevo monasterio. Ahora, esa cuevas, antiguas bodegas, albergan el Museo de la Abadía. Allí se pueden pueden objetos de uso cotidiano de los monjes en diversas épocas y una colección de arte sacro. Es muy llamativa la sala diseñada por el artista Cristian Jaccard en 2020 con motivo del 950 aniversario de la fundación de la Abadía de Orval, en la que el blanco y el negro crean una imagen con un toque caleidoscópico.
Al final del museo, se encuentra la escalera que da acceso a la parte alta de la tribuna. Hay que ascender hasta la segunda puerta. Allí un pequeño espacio con asientos permite a los visitantes ver el interior de esta enorme iglesia.
Durante toda la semana se puede acceder a la iglesia para los servicios religiosos. Los domingos a las 10:00 horas y de lunes a sábado a las 7:00 horas. También se permite el acceso durante la oración de los monjes en dos horarios de tarde (17:40 horas y 19:30 horas). No os puedo decir si para entrar en esos momentos a la iglesia hay que tener ticket o estar alojado en la hospedería de la abadía. Si estáis interesados, lo mejor es contactar con los monjes a través de su página web.
La leyenda de Orval
Cuenta una leyenda que Matilde di Canossa, una importante condesa italiana, llegó a lo que hoy es Orval tras la muerte de su marido. Sentada junto a una fuente, su anillo de boda cayó al agua. Ante la perdida de ese recuerdo de su esposo, Matilde fue a orar en una iglesia cercana. Más tarde, estando junto al arroyo, apareció una trucha con el anillo de la condesa en la boca.
Tan sorprendida como feliz, Matilde di Canossa exclamó “¡He aquí el anillo dorado que estaba buscando! ¡Bendito sea el valle que me lo devolvió! ¡A partir de ahora y para siempre, quiero que sea llamado Val d’Or!“. Basta dar la vuelta a su adjetivo para encontrarnos con el nombre que tiene la abadía: Orval.
¿Os habéis dado cuenta de que la Cerveza Orval tiene como símbolo una trucha con una anillo en la boca? Ahora ya sabéis la razón de ese pez en la botella de esta cerveza belga.
Cerveza Orval
Hace siglos, los monjes belgas comenzaron a elaborar cerveza en sus abadías. Era algo necesario para poder beber sin peligro de contraer alguna enfermedad por beber aguas contaminadas. Al principio hacían cerveza solamente para su propio consumo. Pero poco a poco fueron aumentando la producción para conseguir ingresos extra gracias a su venta.
En Orval, con las obras de reconstrucción de la abadía llegó también la creación de una nueva cervecería. Se fundó en 1931 y su objetivo era financiar las obras del nuevo monasterio. Se contrataron seglares para trabajar en ella, incluido el maestro cervecero Pappenheimer.
Fue él quien creo la receta de la cerveza Orval, una de las pocas en el mundo denominadas cervezas trapenses. Este título indica que es una cerveza que se elabora en una abadía en activo (los monjes deben formar parte del proceso de elaboración de un modo u otro). Mientras que una cerveza de abadía es una bebida que, aunque se elabore con técnicas tradicionales utilizadas por los monjes, no lo hace ya en una abadía.
Yo os tengo que decir que de todas las cervezas belgas que he probado, la cerveza Orval es mi preferida. Su sabor se debe a la calidad del agua y del resto de ingredientes, entre los que se cuentan diferentes plantas aromáticas. El resultado es una bebida poco gasificada con un toque ligeramente dulce.
Visitar la cervecería
Desde ya os digo que visitar la Cervecería Orval es una labor complicada. Solamente abre un par de días al año y hay que reservar plaza con meses de antelación a través de un formulario en su web. Si conseguís hueco para esas visitas, recordar que duran aproximadamente 1 hora y no son accesibles para personas con movilidad reducida.
Comer en Orval
Visitar Orval puede ser una experiencia religiosa, cultural, histórica y, también gastronómica. O todas juntas ¿no os parece?
Os recomiendo, si podéis, que organicéis vuestra visita a la Abadía de Orval para que la hora de comer os pille allí. Antes o después de la visita al monasterio. ¿Dónde comer? En A l’Ange Gardien. Un restaurante informal muy cerca de la puerta de entrada a la abadía.
Es más que recomendable reservar, pues por la variedad de sus platos, la calidad de la materia prima y la agradable atención del personal se llena cada día.
En días fríos y lluviosos, no queda más remedio que comer en su luminoso comedor. Pero con buen tiempo, la cosa cambia y las mesas salen al exterior, para poder disfrutar de una comida rica y con vistas.
¿Qué puedes comer en este restaurante de Orval? En su carta encontrarás muchos platos de la gastronomía belga. De entre todos ellos, yo os recomiendo sin ninguna duda las croquetas de queso de Orval. Son grandes y están deliciosas. El magret de pato lo sirven con verduras y patatas, está delicioso. Y estando junto a la abadía y después de conocer la leyenda de Orval ¿por qué no pedir trucha?
En este restaurante sirven, por supuesto, cerveza Orval. La hay de botella, pero lo mejor es pedirla de grifo, ya que es el único lugar del mundo en el que se tiene opción de probarla servida así. La diferencia es que al no pasar nunca por botella, pierda no fermenta por tercera vez. Ello hace que su graduación sea casi 2º menor que la que se comercializa embotellada.
Dormir cerca de Orval
La mejor opción para alojarse cerca de Orval es sin duda Florenville. Una pequeña localidad sin problemas de estacionamiento y con una buena oferta de restaurantes.
Nosotros nos alojamos en un precioso hotel boutique, Le Florentin. Está perfectamente ubicado en el centro de Florenville, y aunque tiene parking privado para los clientes, se puede aparcar con cierta facilidad en la misma puerta del hotel.
Las habitaciones tiene un tamaño correcto, son muy luminosas y las que dan a la parte de atrás, muy tranquilas. Tienen camas grandes, cómodas y con ropa blanca impoluta. Hay una pequeña zona de trabajo y otro espacio para sentarse a leer junto a la ventana. Algunas habitaciones, como la nuestra, tienen una pequeña terraza.
El baño tiene dos espacios. Por un lado, un cuarto independiente con el inodoro. Y por otro, el lavabo y la ducha. Las toallas son grandes y esponjosas. No faltan los productos básicos de aseo en el baño. Además, desde que entras en el hotel, notas un fantástico aroma que continúa por pasillos y habitaciones. Algo muy agradable y que da mucha personalidad al establecimiento. Igual que esos espejos que cubren las paredes, las obras singulares obras de arte de la recepción o los colores elegidos para decorar: chocolate, naranja y dorado.
Le Florentin tiene zonas comunes tanto en el interior (la zona del bar) como la gran terraza del exterior. Ofrecen un fabuloso desayuno buffet cada mañana. La selección de panes, dulces, embutidos y quesos es estupenda. No faltan tampoco la fruta ni los huevos en las fuentes que preparan cada día.
Este hotel belga cuenta también con sus propio restaurante, probablemente uno de los mejores de la ciudad. Es un buen hotel para comer o cenar. Tiene tanto estilo como el propio hotel y una cuidada selección de platos belgas que solamente con olerlos ya te hacen la boca agua.
Una última recomendación si pasáis por Florenville. Daros el capricho de visitar Les Chocolats d’Edouard. Un local en el que tomar un chocolate caliente o en el que comprar unos deliciosos bombones belgas creados por el chocolatero que da nombre a la tienda.
Si queréis sorprenderos, preguntar por los bombones que rinden homenaje a Orval. Ya veréis que ricos y que originales.