6 de Octubre – Matsumoto
Parece que el tiempo hoy se va a portar mejor con nosotros, y con pronóstico de sol nos vamos a la estación de tren para salir hacia Matsumoto. Es un viaje directo de casi tres horas desde Tokio, pero decidimos ir y volver en el día debido a que ya teníamos activa la JR pass y así evitábamos traslados más complicados, cargar más veces con maletas y algún cambio extra de hotel.
Este fue nuestro primer viaje largo en un tren Shinkansen, alta velocidad japonesa, y la verdad es que resultó de lo más cómodo. Asientos amplios, espacio sobrado para las piernas, grandes ventanas… vamos, un lujo.
Al llegar a Matsumoto nos encontramos una ciudad soleada, limpia y muy tranquila. Era domingo por la mañana y se respiraba ese ambiente de jornada no laboral. En la estación preguntamos sobre el préstamo de bicicletas gratuito que hay en la ciudad, y nos dieron un par de direcciones, pero mientras caminábamos decidimos que después de tres horas sentados y ya que las distancias no eran grandes íbamos a ir andando.
Cruzamos el Chitose-bashi sobre el río de la ciudad y unos 200 metros más allá entramos en recinto de los jardines que rodean el castillo.
Después de hacer algunas fotos nos acercamos a la entrada para adquirir el ticket y atravesar la muralla. Una vez dentro nos encontramos con otros preciosos y cuidados jardines, y en una esquina, imponente, el castillo de madera más antiguo de Japón.
Nuestra idea en este viaje era ir al castillo de Himeji, pero al estar en restauración, elegimos como segunda opción el de Matsumoto que es una de las cuatro fortalezas clasificadas como tesoro nacional japonés.
El castillo se puede visitar por dentro, basta con descalzarse y meter los zapatos en una bolsa que te entregan al entrar. No quiero pensar como puede ser visitar el lugar en invierno, porque no parece que haya ningún sistema de calefacción y si muchas ventanas y huecos por todas partes… Vamos, que yo daba gracias por estar allí en un día cálido. El interior no tiene nada, es totalmente diáfano con suelos y paredes de madera, y se accede por la ruta marcada de piso en piso observando como está construido. Las escaleras no en todos los puntos son accesibles para cualquiera. Desde las ventanas abiertas o los ventanucos se ve bien el exterior, y también merece la pena fijarse en los huecos que se utilizaban para lanzar aceite hirviendo a quien quisiera entrar al edificio por algún lugar que no fuera la puerta (ya sabéis de que hablo: invasiones, guerras,….)
Al salir del castillo aún dimos un paseo a su alrededor del foso e hicimos alguna foto más. También vimos una pareja que estaba celebrando su boda vestidos con trajes tradicionales japoneses.
Nos fuimos hacia el barrio de Nakamachi, la zona del antiguo barrio de mercaderes donde casi todos los almacenes son hoy en día cafés, restaurantes o tiendas de recuerdos. A mi personalmente me pareció un lugar tranquilo y agradable para dar un paseo, pero no tan especial como los barrios antiguos que más tarde durante el viaje vería en otras ciudades.
Paramos en Nawate-dori, una calle junto al río con algunos puestos de antigüedades y de comida. Estos últimos geniales para un tentempie, no podría decir exactamente que eran esa especie de galletas calientes rellenas que comí, solamente que estaban realmente buenas, tanto como para repetir.
En una de las tiendas compramos un tetera antigua y fue una de las experiencias de compras más curiosas que he tenido nunca. De esas cosas que seguramente solamente pasen en Japón….
Como el viaje de vuelta era largo, no nos demoramos demasiado en la partida y creo que gracias a ello tuvimos la suerte de un regalazo con forma de volcán. Camino de Tokio, yo iba mirando por la ventana del tren cuando de repente y sin esperarlo allí estaba el Monte Fuji, sin nubes y posando para una foto. Fue el final perfecto para un precioso día.