16 de marzo – Viaje en tren hasta Hill County
Amanece un soleado en día en Kandy que poco tiene que ver con la lluvia de ayer noche. Es el día de nuestro primer viaje en tren por tierras cingalesas, nos vamos a las montañas, a la región del Hill County. Después del desayuno hacemos el check out y nos despedimos de Bárbara, deseando que mantenga por muchos años este genial alojamiento. A la hora acordada está el tuk tuk de todos los días en la puerta esperando para llevarnos a la estación. No sabemos si entraremos nosotros y el equipaje en ese minúsculo vehículo, pero el conductor debe estar acostumbrado porque enseguida estamos todos dentro.
Cuando llegamos a la estación hay ya mucha gente de acá para allá, nosotros pagamos al conductor que tan amable ha sido estos días, y nos dirigimos a los andenes con nuestro billete en la mano. Siguiendo la recomendación de Bárbara que fue la que se encargo de comprarlos antes de nuestra llegada, elegimos primera clase para este trayecto, pues ella nos dijo que podía hacer bastante calor y agradeceríamos el aire acondicionado. Y la verdad es que el precio nos pareció tan económico que no dudé en decir que nos comprara esos asientos. Aunque ahora, después de haber vivido el viaje, creo que no merece la pena haber pagado esos asientos, pues me pasé casi todo el trayecto asomada a un puerta del tren disfrutando del paisaje y el aire con olor a campo en la cara.
Nos tocó esperar un poco en la estación, bastantes expectantes sobre como sería el tren que nos llevaría hasta Nanu Oya. Cuando paró en la vía intuimos que ese era nuestro tren porque todo el mundo empezó a moverse con prisas para subir. Preguntamos a una pareja que nos confirmó que efectivamente, ese era el tren al que debíamos subir.
Nuestro vagón era amplio, fresco y limpio, con bastante espacio para dejar el equipaje y sentarse a disfrutar del trayecto. En breve el tren comenzó a moverse y la ciudad fue dejando paso al paisaje verde tan habitual en Sri Lanka. Nuestro destino las colinas del país, una zona conocida como Hill County. La velocidad era poca, o al menos eso me pareció a mi cuando a pocos minutos del inicio del viaje me instale en una de las puertas de acceso a nuestro vagón. Sin duda algo que no había hecho nunca y que parecía de lo más divertido.
Desde mi privilegia posición pude contemplar el paisaje, las estaciones en las que fuimos parando, la gente que trabajaba en el campo y lo que parecían pequeños pueblos en las laderas de las montañas. Fueron pasando las horas, el sol iluminaba un cielo de un intenso azul y unas montañas verdes miraras donde miraras. Estábamos en el Hill County, la región de los campos de té y refugio de los antiguos colonos cuando querían huir del calor. Los pasajeros subían y bajaban, y yo seguía en “mi puerta” que empecé a compartir con un chico de Hong Kong que estaba aún más emocionado que yo con el viaje. Era muy simpático, empezó a hacerme fotos con su cámara de último modelo y de un modo que esta cabeza tan poco tecnológica que tengo es incapaz de comprender, las fotos terminaban en mi móvil. Ni idea de como lo hizo… pero me encantó.
Arturo de vez en cuando se acercaba a preguntarme si no me aburría o me cansaba, pero la verdad es que me lo estaba pasando genial. Además el paisaje cada vez era más bonito, o al menos más original con aquellos campos de té que ocupaban la ladera del Hill County. Tras cinco horas de trayecto, llegamos a Nanu Oya, el lugar donde está la estación de tren más cercana a nuestro destino real ese día, Nuwara Eliya. Bajamos del tren que continuaba viaje y salimos de la estación en busca de un tuk tuk, pero en cuanto el primer taxista le dijo a Arturo que no había tuk tuk para ir a nuestro destino, ya dijo que íbamos en taxi y que me olvidará de andar regateando para ahorrarme 100 rupias. Así que como no tenía ganas de discutir me subí al taxi que había contratado Arturo y nos fuimos al hotel en el que íbamos a pasar dos noches. Cierto que el taxi no fue caro si uno hace el cambio a euros, pero yo soy de la opinión que a muchas veces no necesito gastar un euro más si me lo puedo ahorrar.
El conductor nos dijo que si nos interesaba hacer un tour con él al día siguiente por la región de Hill County, los campos de té y visitar una plantación. Nos pidió 2000 rupias por tres horas, a mi me pareció mucho dinero, e intenté regatear, pero no hubo forma. Le pregunté a Arturo que como lo veía y le dije que yo por mi parte pensaba que podíamos contratar un tuk tuk por menos dinero, pero dijo que estaba bien ese importe, así que acordamos con él que vendría a buscarnos a las nueve de la mañana del día siguiente.
Al llegar a Nuwara Eliya, uno tiene la sensación de que después de tantas horas de viaje lo que ha pasado es que el tren ha llegado a un rincón de Gran Bretaña pues todas las casas que bordean la carretera tienen un aire claramente colonial. Por no hablar en nuestro caso cuando llegamos a nuestro hotel, rodeado de una cuidada pradera de cesped y en el que nos recibieron con el más típico té al estilo inglés.
Colocamos algunas cosas en la habitación y decidimos salir a dar un paseo antes de que se hiciera de noche, es decir, las seis de la tarde. El cielo se había cubierto, y hasta parecía posible que lloviera, de modo que metimos en la mochila los chubasqueros y la guía y salimos a investigar.
Muy cerca del hotel se encuentra un bonito parque, cómo no, de estilo inglés. Lo malo que tiene es que si quieres verlo tienes que pagar entrada, así que sacamos la cartera y compramos nuestros tickets para entrar al Victoria Park. Nada más pasar la puerta, a la derecha, hay una pequeña casita de marcado aire colonial que se puede visitar. Sus estancias están vacías a excepción de alguna chimenea y muchas fotos antiguas de la ciudad colgadas en las paredes. No es gran cosa, pero ya que uno ha pagado, pues habrá que verlo todo… sobre todo porque en esta zona de Hill County además de plantaciones de té y casas coloniales no hay mucho más que ver.
Comenzamos a pasear por el cuidado jardín con amplias praderas en las que nos llamó la atención la cantidad de familiar musulmanas que había. Muchas mujer vestida de negro de pies a cabeza, algo no muy habitual en la zona de las ciudades culturales, donde predomina la población budista. También había muchos niños que al salir del cole sin duda pasan a jugar un rato por el parque. Al vernos corrieron hacia nosotros para pedirnos bolígrafos, caramelos e incluso dinero. Y es que una vez más esta claro que les hacemos creer que somos bancos andantes además de fábricas de chuches. Les dije que no tenía nada de eso, pero que si querían les haría una foto… Y bendita la hora. A mi me encanta fotografiar a la gente cuando viajo, pero si se ponen pesados me agotan, y eso me pasó con estos niños. ¡¡Casi tuvimos que escondernos para que nos dejaran en paz!!
Empezaba a caer la tarde y notamos que también la temperatura. Después de todo el calor que habíamos pasado en las capitales culturales nos parecía mentira estar en el Hill County y necesitar ponernos un cazadora…. pero lo hicimos encantados mientras a la salida del parque empezábamos a caminar hacia la avenida por la que habíamos entrado en la ciudad y en la que nos habían llamado la atención algunas preciosas casas coloniales. Caminamos sin rumbo fijo, imaginando como serían por dentro las casas que encontrábamos a nuestro paso y como sería la vida tiempo atrás, cuando esta era la ciudad de veraneo de los ingleses que querían huir de calor de las tierras bajas.
Cada vez hacía más fresco y la verdad es que no había mucho más que hacer en la ciudad a esas horas cercanas a la puesta de sol, así que nos dirigimos a conocer el hotel más elegante de la ciudad y probablemente de toda la región del Hill County: el Grand Hotel. Es una edificio muy bonito ubicado en la misma agradable zona de las demás mansiones coloniales. Nada más llegar nos encontramos con uno de sus restaurantes, el Grand India y una de las cafeterías del hotel. Luego los cuidados jardines y al fondo en gran edificio del hotel en el cual entramos para cotillear un poco. En seguida un trabajador del hotel, que imaginamos sería un “jefecillo” nos acompañó por todas las instalaciones, nos enseñó la recepción con cuadros de reyes ingleses, nos mostró el pub y la sala de billar, así como el restaurante tailandés.
Aún era pronto para cenar, así que le dimos las gracias a ese simpático señor y nos fuimos al pub que nos había enseñado a tomar una cerveza. Nos costó cara, pero la disfrutamos sentados junto a un fuego recién encendido mientras hacíamos un poco de hambre. Y tenemos que confesar que para cenar no fuimos muy lejos, pues intentamos cenar en el Grand India, pero había tanta gente que regresamos al edificio grande del hotel para cenar en el Grand Thai, el restaurante tailandés.
Cuando salimos de cenar por supuesto que era completamente de noche y hacía bastante frío al menos para mi, Arturo decía que solamente era un poco de fresco, pero yo iba tiritando y deseando meterme en una cama calentita. Comenzamos a caminar y se nos acercó un tuk tuk que nos pidió nada menos que 300 rupias por hacer un recorrido mínimo. Como tampoco nos importaba caminar (a mi un poco más por el tema del frío) decidimos ir a pie hasta el hotel. Al principio muy bien, había alguna farola y podíamos ver por donde íbamos, pero tras acabar el tramo de la calle principal junto al Victoria Park tocaba girar… y estaba más negro que la boca del lobo. En ese momento me arrepentí de no haber subido al tuk tuk y dejarme de tonterías, pero no había vuelta atrás porque por allí no pasaba nadie, y mucho menos un vehículo al que poder pagar para que nos llevara al hotel. Así que con el móvil en la mano para iluminar algo el camino seguimos andando cada vez rodeados de más oscuridad. Torcimos en una calle que nos llevaba a otra que estaba nuestro destino, íbamos caminando despacio, la calle era estrecha y de repente, a mi lado, un ruido entre la maleza… Arturo lo iluminó con el móvil y lo que quiera que fuera se empezó a mover entre la hierba, no lo vimos, pero por el ruido era algo de buen tamaño, o al menos eso me pareció a mi que salí corriendo como alma que lleva el diablo, sin luz y sin nada, solamente quería alejarme de aquello fuera lo que fuera. Estaba un poco atacada por culpa de la oscuridad y entendí porque en la habitación había una linterna para los huéspedes, tonta de mi que no se me ocurrió meterla en la mochila.
No tardamos ya mucho en llegar al hotel, cerramos la puerta del jardín tras nosotros y me sentí segura. Porque había pasado un ratito de esos malos que mejor olvidar. Así que para relajarme decidí llenar de agua bien caliente y espuma la bañera con patas que tenía nuestro baño y meterme dentro hasta que tuviera la piel bien arrugadita. Y luego a la cama, entre almohadas de plumas y envuelta en un agradable edredón. No podíamos pedir más en esa primera noche en la región cingalesa que fue hogar de colonos, el Hill County.