20 de Junio – Valle Sagrado de los incas
Abandonamos Cusco con Hugo, el conductor que habíamos contratado para el recorrido por el Valle Sagrado de los incas, siguiendo el mismo camino que el día anterior habíamos llevado con el combi para llegar Pukapukara. Pero esta vez seguimos nuestra ruta por Perú haciendo alguna parada durante el camino en miradores sobre el valle hasta alcanzar nuestra primera parada: Pisac. El viaje es corto, alrededor de una hora (mucho para una distancia de solamente 33 kilómetros entre nuestro origen y destino). Nosotros le pedimos a Hugo que nos dejara en la entrada de la fortaleza inca, en lo alto de la montaña y le indicamos que nos esperara en la plaza de Pisac pues íbamos a hacer la ruta andando por todas las zonas del recinto arqueológico.
La entrada al recinto inca está incluido en el boleto turístico, con lo que nos bastó enseñarlo para poder acceder. Aunque llegamos a las nueve de la mañana y nos parecía temprano, ya había muchos grupos de turistas con su guía, pero nadie de esas personas hizo el recorrido por toda la fortaleza pues todos llegan y regresan en taxi o bus, lo cual es genial para los que decidimos caminar los cuatro kilómetros entre ruinas y andenerías para llegar al pueblo, ya que se hace con mucha tranquilidad y resulta un paseo agotador pero interesante.
Lo primero que encontramos al entrar en el recinto fue la zona urbana, donde se distinguen los restos de casas y calles. El recorrido continúa junto a unas enormes andenerías incas, cuya vista resulta espectacular desde cualquier rincón. Un poco más adelante se pasa junto a unos baños litúrgicos, y desde allí se pueden distinguir en la roca huecos que fueron tumbas incas y que forman un auténtico panal en el muro de acantilado. Lo siguiente es la zona militar, la construcción más alta de toda la fortaleza desde la que hay magníficas vistas, pero a la que cuesta bastante acceder ya que hay muchas escaleras y una vez más había que añadir el tema de la altura y que hacía bastante calor. Pero llegamos a lo más alto como unos campeones con el buen sabor de boca de pensar que a partir de allí todo sería bajada.A partir de aquí la mayoría de la gente regresaba al punto de partida sin llegar a uno de los lugares más interesantes y llamativos de la ruinas, el centro ceremoníal. Su ubicación al borde de varios bancales, y en sus construcciones se puede observar el increíble trabajo de los incas en la piedra y ver un intihuatana (que quiere decir amarradero del sol y es un artefacto astronómico) y varios canales.
Continuando el camino hacia el pueblo de Pisac el camino se bifurca y nosotros elegimos el que iba hacia la izquierda pasando entre varias andenerías y los restos del antiguo pueblo de Pisac. Durante el recorrido también vimos en diferentes puntos sobre la montaña torres incas de las que no se tiene clara la función.
El camino iba bajando ofreciendo impresionantes vistas del Valle Sagrado de los Incas. En un momento ya pudimos empezar a ver el pueblo desde arriba y nos llamó la atención una zona cubierta de blanco que al llegar abajo pudimos ver que eran los techados de los puestos de artesanía en la Plaza de Armas.
La verdad es que el camino de 4 kilómetros se hace bastante cansado, no siempre es regular, sube y baja, hay zonas que resbalan y otras de escalones, pero fue divertido y estimulante hacerlo disfrutando en todo momento de un increíble cielo azul y espectacular paisaje.
Una vez en el pueblo no caminamos muchos metros antes de empezar a encontrar puestos de artesanía pertenecientes al famoso mercado de Pisac. El mercado como tal tiene lugar tres días a la semana: martes, jueves y domingo. Nosotros elegimos para visitar el lugar un viernes precisamente para evitar ese mercado pues son los días que más gente acude a las ruinas y la ciudad, y a pesar de ello puedo confirmar que el mercando es enorme y ocupa toda la plaza y parte de todas las calles aledañas. Cierto que es solo de artesanía y los demás días hay también productos de alimentación, pero a pesar de ellos preferimos hacerlo de ese modo y ver todo más tranquilo.
Después de dar una vuelta por el mercado nos sentamos en un bar de la plaza, oculta por los puestos y sus techados, a tomar una cerveza. Fue un descanso sin duda merecido.Recordé haber leído que había por la ciudad varios y llamativos hornos comunitarios. Uno de ellos estaba en un rincón de la plaza, así que fuimos a buscar a Hugo para decirle que ya estábamos casi listos para salir, y nos dijo que estaba un poco preocupado, que habíamos tardado mucho y la verdad es que tenemos que reconocer haber tomado el paseo con calma para poder disfrutar, y no como una carrera contra reloj.
Pero realmente teníamos aún mucho tiempo para llegar a Ollantaytambo sin intención de parar en ningún otro sitio, de modo que no había razón para correr en ningun momento. Fuimos al horno donde el hombre que se encargaba del mismo nos dijo que trabajaba allí todos los días desde la cuatro de la mañana, que hacía la comida para el local donde estábamos, pero que también muchas personas del pueblo llevaban allí sus panes o su carne a preparar. Su trabajo era todos los días a la semana y tan solo una tarde podía salir antes de la noche. Y nos lo contaba como lo más normal del mundo…. Sin duda hay personas que llevan una vida muy dura y sin embargo dan gracias por ella.
Compramos tres empanadillas de carne recien hechas, le dimos una a Hugo y salimos de Pisac por una carretera que discurría paralela al río Urubamba cruzando el Valle Sagrado de los incas.
El camino de unos 60 kilómetros fue entretenido, entre montañas y con bonitas vistas del río. Atravesamos varios pueblos, Calca, Huaran, Yucay o Urubamba, y a simple vista ninguno tenía el menor atractivo. Como las referencias tampoco indicaban que mereciera la pena parar, no lo hicimos y seguimos hasta nuestro hotel en Ollantaytambo, viendo por el camino algunas casas donde vendían chicha lo cual era sencillo saber por que se señala con una bandera blanca, roja o verde. Esta bebida es muy popular y se obtiene tras la fermentación de maíz y otros cereales, pero nosotros no llegamos a probarla.
No tardamos en llegar a Ollanta, y ya al atravesárlo con el coche nos dimos cuenta de que era un lugar precioso ubicado en un enclave espectacular entre montañas del Valle Sagrado de los incas. Hugo nos llevo hasta un parking desde donde tuvimos que caminar a nuestro hotel, el Albergue de Ollanta que se encuentra ubicado directamente en la estación de la que parten los trenes hacia Aguas Calientes. Acordamos con el que vendría a por nosotros el domingo a las 11 de la mañana para regresar a Cusco por el sur del Valle Sagrado de los incas.
Hicimos el check-in y nos fuimos a la enorme habitación por la que íbamos a pagar bastante más que en ninguno de los otros hoteles del país y en la que descubrimos no había razón para un precio tan elevado. Cierto que era enorme, pero al abrir las ventanas nos encontramos con unas vistas que afortunadamente no íbamos a ver en casi ningún momento, y me pareció fatal que estando en un sitio tan bonito a mi hubiera tocado eso. No dudé en comentarlo en recepción y me contaron la historia de que todo estaba ocupado, que las habitaciones libres eran aún más caras por tener mejores vistas y mini bar…. Todo cosas que al hacer mi reserva nadie me comentó ni me dio oportunidad de elegir. Pero bueno, eso no iba a amargar mi estancia en un lugar tan bonito, y decidí ignorar el tema para salir a dar un paseo por Ollantaytambo, el mejor ejemplo de planificación urbana inca que se conserva.
El paseo hacia el pueblo era agradable, pero estaba más lejos de lo que yo pensaba. Pasamos por varios hoteles y restaurantes antes de adentrarnos en las estrechas calles peatonales cuyos muros siguen siendo de piedras colocadas por los incas y por la cuales discurre agua por los laterales. Sin duda esas calles tienen un encanto especial, son tranquilas y apenas pasa gente por ellas, y el sonido del agua, la ausencia de coches y las vestimentas de algunas mujeres con las que nos cruzamos hacían sentir que habíamos vuelto atrás en el tiempo.
Empezó a oscurecer y antes de darnos cuenta era completamente de noche y como no, hacía frío. Nos acercarmos a la plaza y nos sentamos en la terraza de un restaurante a tomar una cerveza antes de cenar, cosa que no hicimos lejos. En un mismo lateral de la plaza había varios restaurantes seguidos y elegimos para entrar el que nos pareció más cálido dentro gracias a un horno para pizzas. Su nombre era Quinua, como el cereal que tanto consumen los peruanos, y la verdad es que no puedo destacar nada. Una carta demasiado extensa para un local tan pequeño en la que había desde cualquier plato de carne a varias pizzas o pastas; no recuerdo que cené aquella noche, pero si que el mantel estaba treméndamente sucio. Afortunadamente cuando viajo procuro dejar los remilgos en casa, pero desde luego en España no toleraría sentarme en un local con esos niveles de limpieza. Supongo que esas cosas pasan cuando una ciudad es tan turística que un local tiene garantizada la clientela tenga el mantel como lo tenga.
Volvimos de nuevo al hotel y al encender el único radiador este estaba en un estado lamentable (sucio y roto) así que bajamos a decir si nos daban otro o lo arreglaban, y la solución fue esta última. También preguntamos por el suelo radiante del que se habla en su página de internet y nadie sabía nada al respecto. En fin…. que yo estaba cansada y como teníamos que madrugar mucho para coger el tren a Machu Picchu a la mañana siguiente, nos dimos una buena ducha y nos dispusimos a leer un rato, pero reconozco que aguanté poco porque estaba cansada, así que creo que poco después de las diez debía estar totalmente dormida. Era nuestra primera noche en el Valle Sagrado de los Incas.
21 de Junio
Hoy tocaba madrugar, es el día más esperado del viaje: nos vamos a Machu Picchu. Nuestro tren salía a las 6:10 de la mañana, y antes había que desayunar, así que el despertador estaba puesto con suficiente tiempo para ello. Todo estaba ya preparado para salir a tiempo y subir al tren que nos llevaría a la visita estrella del nuestro viaje.
Unos minutos antes de la salida del tren salimos al andén donde entregamos nuestros billetes y subimos a nuestros asientos. Todo el mundo había ocupado ya sus asientos y resultó que los nuestros iban separados. Pero casualmente había otra pareja que también iban en lados distintos del pasillo e intercambiamos asientos con ellos.
El tren era bastante cómodo y tenía una ventanas amplias en los laterales y otras en el techo que permitían ver todo según avanzábamos por el valle junto al río Urubamba hacia la estación de Aguas Calientes. Cada vez que nos acercábamos a una zona de interés, una grabación nos contaba un poco sobre ese lugar, lo que hizo bastante entretenida la hora y media de viaje. A mitad de camino nos ofrecieron una bebida caliente y un bollo a cada uno, pero nosotros lo guardamos porque al haber desayunado tampoco teníamos hambre, y el día era largo, así que nos podría venir bien más tarde.
El tren de vuelta lo cogimos a las 18:35, y la verdad es que cuando me monté en el tren pensaba que me quedaría dormida pues estaba agotada. Me dolía todo el cuerpo y tenía incluso la sensación de tener fiebre, pero creo que el propio cansancio no dejo relajarme y dormir la menos unos minutos.
En cuanto llegamos al hotel, subimos a dejar la mochila, lavarnos las manos y bajar a cenar al restaurante. Iluminado con velas era muy acogedor, y la carta aunque escueta era bastante sugerente. Los precios un poco altos, al nivel del hotel, pero cenamos bien y sobre todo sin necesidad de tener que movernos ni un metro más allá de la estación de trenes, creo que si hubiera tenido que volver al pueblo para cenar esa noche hubiera preferido irme a la cama con hambre de tan cansada como estaba. Ahora mismo recuerdo según escribo recuerdo esa sensación y creo que ha sido la única vez en la vida que me he sentido así.
Una ducha caliente, y a la cama. Ni libro ni nada. Solo quería dormir sin prisa para levantarme…..
22 de Junio
…pero para mi desgracia a la mañana siguiente que podía quedarme en la cama hasta que hubiera querido el ruido de los trenes me despertó a las cinco de la mañana. En el hotel habían prometido que todo estaba tan aislado que no se escuchaba practicamente nada. Pues puedo decir que al menos desde nuestra habitación no era así, y que el sonido se escucha alto y claro desde bien temprano. A pesar de ello aguanté bastante rato entre las sábanas cogiendo fuerzas para el día que teníamos por delante. Cuando al final me animé a levantarme eran ya las ocho, así que bajamos a desayunar tranquilamente y después hicimos el check out para poder irnos a visitar Ollantaytambo antes de las once que era la hora a la que Hugo vendría a por nosotros.
Subimos paseando de nuevo hasta el pueblo para dar un paseo por sus calles y luego nos fuimos a las ruinas incas, unas de las más impresionantes del Valle Sagrado. El boleto turístico incluye la entrada al recinto. Nada más entrar nos encontramos frente a unos impresionantes bancales que ascendían por la escarpada montaña y desde los cuales cuenta la historia los incas recibieron a los hombres de Pizarro con una lluvia de lanzas y flechas haciendo a estos últimos huir en desbandada. Así se convirtió Ollantaytambo de la mano de Manco Inca en el lugar donde los españoles sufrieron su mayor derrota en tierras peruanas.Además de ser fortaleza, Ollantaytambo también era un templo, y en la cima de sus bancales se erige un centro ceremonial. En la época de la conquista se estaban construyendo uno muros que ya no se terminaron y en los que llama la atención su increíble factura. Las piedra provienen de una cantera situada a 6 kilómetros y se transportaron hasta la fortaleza desviando el cauce el río. Y es que estos incas eran unos constructores finos y con muchas ideas prácticas. Una vez más y sobre todo con el cansancio acumulado del día anterior costaba subir cada peldaño, pero el que algo quiere, algo le cuesta, y en este caso yo tenía claro que iba a llegar arriba en más o menos tiempo, y como siempre iban pidiendo que lo que encontrara arriba estuviera a la altura del esfuerzo que estaba haciendo. Y una vez más así fue; tanto las vistas sobre el Valle Sagrado de los incas como las ruinas incas merecían el trabajo extra que les había pedido hacer a mis piernas.
Descendimos de nuevo al pueblo pues ya íbamos justo de tiempo y Hugo venía a buscarnos a las once. Pasamos por algunas tiendas en cuya fachada colgaban coloridas alfombras y tapices antes de llegar a la calle que bajaba de nuevo al hotel. Llegamos con tiempo para recoger nuestras cosas y salir hacia el parking donde Hugo tendría que coger el coche y desde allí irnos de vuelta a Cusco recorriendo el sur del Valle Sagrado de los incas.
1 comentarios
Se aprecia la capacidad de los artesanos que realizaron el trabajo con las precarias herramientas con que se contaba en aquella época, enormes rocas de muy alto tonelaje eran transportadas a la cima del cerro para levantar templos en donde veneraban a sus dioses. Es uno de los imperdibles del Cusco.